Alejandro Martín es bailarín e investigador especializado en danza butoh
En sus investigaciones propone y genera espacios compartidos en los que acercarse al butoh como una pregunta constante, buscando habitar ese lugar desconocido desde el cuerpo y el movimiento.
«Lo único que puedo afirmar con certeza es que navego en un sueño perpetuo, un limbo permanente entre todo lo innombrable y la locura mundana. Desconozco si en algunos manuales lo tacharon de patológico pero bailo sin parar desde que viví más honestidad en una danza que en años de terapia.»
¿Cuál es el país del que nos vas a hablar? Explícanos brevemente que te llevó allí.
Pues estuve hasta hace poco unos meses por México. Desde hace algunos años sentía la inquietud y curiosidad por ese lugar, una intuición de ir allí y era un buen momento para seguirla.
¿Qué destacarías de tu experiencia con el colectivo de danza en el país?
Más que el colectivo de la danza en sí, me gustaría resaltar cómo vive el país en general la cultura, el arte. La música, los bailes o la poesía están mucho más presentes en la vida cotidiana que aquí y eso se ve en unas ciudades más vivas y coloridas, incluso los árboles cuentan más cosas que aquí. No sé si es causa o consecuencia, pero la sensación en las calles es de comunidad, de vida y creo que son temas que están bastante relacionados.
¿Qué te ha aportado la comunidad de danza con la que has contactado?
Sin duda, humildad. Allí hay espacio para quien le apetezca hacer sus propuestas y hay miles de espacios, teatros… y esto se traduce en que no existe una competencia y tener que centrarte únicamente en tu propia escuela, compañía, proyecto personal o lo que sea que hagas. He visto a maestrxs en talleres de otras personas de forma habitual, mucha mezcla de disciplinas, más ganas de aprender y crecer que de “éxito profesional” por decirlo de alguna manera, sin que sean excluyentes por supuesto…cosas que en Europa son difíciles de ver la verdad.
¿Qué sientes que has aportado a la comunidad de danza del país?
Siempre me ha fascinado: en cualquier jam, espacio libre de danza o impro, te acercas a esa persona que no se mueve mucho pero que ahí anda, te pones a su lado y la invitas sutilmente a que siga lo que está haciendo. Ese estallido suele ser maravilloso y yo descubro un nuevo mundo. Y viceversa, aunque esto es más raro que ocurra. Diría que lo mismo que intento traer y que me trajo a cualquier espacio de danza y lo que me cautivó desde que conocí el butoh: poner cuerpo al sueño, ofrecer un mundo al cuerpo.
¿Y qué más nos contarías sobre tu experiencia?
Lo que más me llamó la atención y el aprendizaje más grande que me llevo es lo fácil que hacen las cosas, no se complican: el que le apetece bailar, baila en la plaza de la ciudad, si quieres cocinar, te pones una mesa en la calle y compartes lo que hayas hecho a precios super populares, conocí gente construyendo hogares, comunidades, sin necesidad de luchar años para conseguir un permiso o sin tener que vivir en los márgenes de la sociedad. Eso, una sensación de sencillez y comunidad muy interiorizadas.